Reseña histórica de la Psiquiatría. Desde la era Grecorromana al Siglo XX (Parte 3)

Los siglos XVII y XVIII

 

Postel y Quétel, historiadores de la psiquiatría, han estudiado detalladamente el fenómeno del “gran encierro” (con mayor objetividad, por cierto, que Foucault).

A mediados del siglo XVII se funda en Francia lo que se llamaría el Hospital General, al tiempo que se crea el puesto de Teniente General de Policía. Esta mezcla de asistencia y represión cristalizó más o menos por las mismas fechas en otras ciudades europeas: Casas de Misericordia, en España; Zuchthausern, en Alemania; Workhouses, en Inglaterra, en las que se encerró a mendigos y vagabundos y se obligaba a trabajar a los que estaban en condición de hacerlo.

También lee: Reseña histórica de la Psiquiatría. Desde la era Grecorromana al Siglo XX (Parte 1) o Reseña histórica de la Psiquiatría. Desde la era Grecorromana al Siglo XX (Parte 2)

Dentro de los muros de esa reclusión había, empero, separaciones de acuerdo con el diagnóstico, quedando los locos aislados del resto de los internados.

A finales del XVII había así en el Hospital General de París: 1 894 niños menores de 15 años; 329 niñas menores de 16 años, lisiadas, tiñosas, etc.; 594 ancianas ciegas o paralíticas; 262 ancianos casados mayores de 70 años; 380 corregibles, libertinos o prostitutas; 465 indigentes comunes y vagabundos; 330 mujeres “tornadas en infancia, de extrema vejez”; 300 “locas violentas o inocentes”, y 92 epilépticos de diversas edades.

Poco a poco, a lo largo de los siglos XVII y XVIII, se fueron creando instituciones dedicadas exclusivamente a pacientes mentales.

Reseña histórica de la Psiquiatría parte 3

Poco antes de la Revolución francesa había, por ejemplo, en el hospital de la Salpêtrière, 150 locas furiosas, 150 mujeres imbéciles y 300 epilépticas; en Bicêtre había 92 locos furiosos, 138 imbéciles y 15 epilépticos, en tanto que en el Hospital General sólo se contaban 42 furiosos y 32 furiosas.

El siglo XVIII, el de Las Luces, el de la Ilustración, el de la Enciclopedia, habría de culminar con los dos hechos sociopolíticos que condujeron hacia el mundo moderno: la independencia de las colonias inglesas en América y la Revolución francesa.

Los cambios que se generaron en la vida política, en las mentalidades, en la vida económica (tanto por el desarrollo de la sociedad industrial como por los cambios políticos que se generaron), en la concepción del poder, el derecho y la libertad, constituyeron un cambio cualitativo mayor respecto de lo que significaron los siete decenios previos de ese siglo libertino, al grado que muchos autores afirman que el siglo XIX se inicia en 1776 (y concluye en 1918, con el fin de la primera Guerra Mundial).

Es dentro de un movimiento de filantropía, visión naturalística y fraternidad, que se darán en Europa los primeros pasos para la asistencia propiamente médica de los pacientes mentales y para la puesta en marcha de las reformas administrativas pertinentes en el sentido de un “tratamiento moral” y para la creación, en el paso de un siglo al otro, de una nueva especialidad médica: la psiquiatría, término creado por Reil en Alemania.

Este tratamiento moral significó todo un cambio de actitud en la comprensión de la patología mental y un cambio en el trato que debía darse a los pacientes (recuérdese que en esa época, en el asilo de Bethlem, en Inglaterra, los guardianes cobraban al público la visita dominical para contemplar a los locos como en un zoológico).

Durante largo tiempo los historiadores han intentado mostrar una imagen simplista, hagiográfica, de las figuras que colaboraron a fundar la especialidad, siendo el paradigma el cuadro que muestra a Pinel liberando de sus cadenas a los locos del asilo de Bicêtre. Sin embargo, desde hace 30 años, y gracias a la acción perturbadora y subversiva de la obra de Foucault, la historia de la psiquiatría ha vivido una verdadera revolución que ha obligado a sus seguidores a intentar una visión menos lineal y estereotipada del desarrollo de esta disciplina, que en el siglo XIX será especialmente compleja.

G. Lanteri-Laura, por ejemplo, ha escrito recientemente: “No nos parece para nada seguro que la historia de la psiquiatría tenga un sentido unívoco, y todo recusa la menor legitimidad a una actitud que se tomara por una filosofía de la historia de la psiquiatría”; en tanto que Postel y Quétel consideran que “el historiador de la psiquiatría ya no está para escribir discursos funerarios y enterrar o volver a enterrar a aquellos a los que debe, por lo contrario, revivir, cometiendo el menor número de anacronismos posibles y tratando de destruir los mitos sucesivos de esta historia”.

Todo esto viene a colación porque no hay que ver el surgimiento de la psiquiatría, el tratamiento moral y la liberación de los enfermos como una obra que hubiera salido entera, adulta y armada a semejanza de Atenea de la cabeza de Zeus, de la ya desempelucada de Pinel. El ambiente social que se respiraba en la época favorecía el cambio que habría de darse. La reforma de los asilos de Toscana en 1774, promulgada por el gran duque Leopoldo por instigación de Chiarugi, constituye la primera ley liberal sobre los alienados.

Las reformas de Tuke en York, de Joly en Ginebra, de Held en Praga, de Sabler en Moscú, de Daquin en Chambéry, son otros tantos ejemplos que la fama de Pinel ha eclipsado. Pero en donde fue realmente pionero, fue en el establecimiento de una primera gran clasificación de los trastornos mentales dentro de una clasificación

general de las enfermedades del cuerpo, y en el hecho de haber tratado de construir el andamiaje teórico de la nueva especialidad, a partir del cimiento de la tradición médica, literaria y filosófica de la Antigüedad grecorromana.

Pinel y su alumno Esquirol supieron sacar buen provecho de esa tradición a la que, gracias a su rica formación humanista, tuvieron acceso. Por eso en nuestros días, cuando los términos “literario” y “filosófico” han sido usados como epítetos devaluatorios de nuestra disciplina, por creerlos antitéticos de lo realmente científico, sólo se demuestra una formación a la que le falta esa dimensión humana indispensable, sin la cual estos autores no hubieran podido construir una psiquiatría clínica.

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