Reseña histórica de la Psiquiatría. Desde la era Grecorromana al Siglo XX (Parte 2)

La civilización Hebrea

Aunque no puede decirse que hubiera una clasificación o una etiología específica de los trastornos mentales en la antigua civilización hebrea, a lo largo de la Biblia se encuentran algunas descripciones que los historiadores han señalado. La clásica concierne a la enfermedad del rey Saúl, quien se benefició con la musicoterapia, representada por la cítara de David.

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Según Guttmacher, especialista de la psiquiatría legal, “el pueblo judío fue el primero, entre los pueblos antiguos, en abandonar el principio de las represalias automáticas y en tomar en consideración la personalidad del delincuente, las razones de su conducta criminal, su grado de responsabilidad y su capacidad personal para cumplir los deberes religiosos. Igualmente, se abandonó el principio de la exclusión del delincuente de la sociedad o de su supresión”.

De la tradición rabínica se desprende un concepto que ha generado un planteamiento moderno relativo a la actitud de respeto que se debe tener hacia el enfermo mental, y que Henri Baruk postuló en Francia como un método psicoterapéutico. Este concepto es el de “Tsedek” (la benevolencia), que da lugar a la actitud de quitamnia, es decir, la confianza.

Basándose en la tradición cultural hebrea, este autor contemporáneo ha hecho interesantes planteamientos. Entre éstos, discutir el papel de esa tradición en la formación de las doctrinas freudianas (Baruk considera que el psicoanálisis es una nueva religión del siglo XX, más influida por el paganismo helénico que por la tradición judía), evitar que la fácil etiquetación nosográfica se traduzca en una actitud de pesimismo hacia la evolución del paciente, y luchar contra lo que él llama “la idolatría de la ciencia”.

El monoteísmo influyó, según algunos autores, en un progresivo rechazo del enfoque mágico para la comprensión y tratamiento de los enfermos mentales.

La influencia judía habría de manifestarse en el mundo mediterráneo a través del cristianismo y dentro de un movimiento de mutua influencia con la tradición grecorromana, sobre todo en los territorios dominados por el Islam.

La Edad Media

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En el imaginario colectivo, y gracias a una serie de estereotipos sólidamente anclados en la educación, se suele considerar a ese enorme periodo que ahora conocemos como Edad Media, como una época “de oscurantismo”. La realidad es más compleja y es necesario matizar.

En la Europa medieval, al parecer hubo una cierta tolerancia para el enfermo mental dentro del ambiente familiar. No estaban, empero, al abrigo de burlas y temores. En las ciudades flamencas y alemanas, por lo menos durante los siglos XIV y XV, se acostumbraba escoltar hasta su lugar de origen a los alienados que llegaban a burgos alejados.

Los pacientes “furiosos y frenéticos” podían ser encarcelados.

Los otros solían acogerse, entre los siglos XII y XV, al hospital general, junto con los pobres y demás marginados.

Como bien se sabe, fue en Valencia, España, donde se construyó el primer hospital psiquiátrico. En 1409, el rey don Martín el Humano fundó el hospital para “Inocents, fols y orats”, bajo la influencia del padre Jofre (verdadero precursor del tratamiento moral que propugnaría Pinel cuatro siglos después) y de la orden mercedaria, la cual había tenido oportunidad de observar los establecimientos médicos del Islam por dedicarse a negociar el rescate de los cristianos cautivos.

En la propia Granada, Muhammad V había fundado en 1367 el Bimaristán, un hospital especializado en pacientes psiquiátricos, a imagen del fundado en El Cairo en 1310 por el príncipe El-Nassery.

El Bimaristán (que significa casa para enfermos) de El Cairo recibe el nombre de Dar el Khothan (casa para alienados).

Un mecanismo social de gran efectividad para la asistencia y protección de los enfermos mentales fue el puesto en práctica por las hermandades, que bajo el impulso de la caridad cristiana logró por un tiempo contrarrestar la connotación demoniaca que en diversos tiempos y lugares se ha asociado con la patología mental.

Las peregrinaciones terapéuticas que marcaron el milenio de la Edad Media (y que están lejos de haber concluido), fueron especializándose según la enfermedad. La más importante, en lo que se refiere a las mentales, fue la peregrinación por santa Dimpna, en Flandes, que en el siglo XIII dio lugar a una colonia familiar (la de Gheel), en donde los enfermos se alojaban bajo la dirección de la Iglesia.

Dos hechos bastante señalados se encuentran en el paso de la Edad Media al Renacimiento: la persecusión a las “brujas” (entre las que se acepta que había un buen número de desdichadas con diferente tipo de patología neuropsiquiátrica) y la creación y expansión del Tribunal de la Santa Inquisición.

En el primer caso, en ritos en los que el diablo y su equivalente zoológico, el macho cabrío, eran la supervivencia del culto precristiano al dios Pan, mezclado con otros ritos colectivos orgiásticos, se recurría al uso obligatorio de brebajes del mayor interés etnobotánico. En el segundo caso abundan los estudios que muestran la frecuencia con la que este tribunal tenía que habérselas con personajes que ahora calificaríamos con diagnósticos psiquiátricos, y que en cierto momento podían proferir o sostener proposiciones sospechosamente heréticas.

La fama sui generis en el imaginario colectivo de esta institución católica nacida en España está fabricada en buena medida por la Leyenda negra (de origen inglés).

Sin pretender por supuesto justificar la empresa represora de tal tribunal, éste debe empero considerarse dentro del contexto histórico en el que creció y se desarrolló, con el fin de evitar caer en el amarillismo de algunos historiadores. Pero si los grandes enfermos mentales podían beneficiarse de un dictamen médico, que al concluir la irresponsabilidad del acusado les evitaba el juicio, muy otra era la condición de los heterodoxos ideológicos o conductuales, cuyas particularidades podrían considerarse en nuestros días como síntomas de alguna categoría nosográfica distinta de las grandes psicosis.

Con ellos, la Inquisición fue implacable. (El respeto a la diversidad [a la otredad] es, por otra parte, una de las conquistas de finales del siglo XX que está aún muy lejos de imponerse.).

El Renacimiento

Más que al Encomium Moriae de Erasmo de Rotterdam o a las creaciones neoplatónicas de Marsilio Ficino y sus “cuatro furores”, referidas todas ellas a una locura más literaria que clínica (tema que nació en esa época, y cuya locura encierra una verdad: su aparente sinrazón ridiculiza el absurdo del mundo), debemos referirnos al gran capítulo del “encierro”, puesto de moda por las obras de Michel Foucault.

El desarrollo del mundo urbano, las guerras, la ruina del campo, etc., produjeron en el siglo XVI una gran cantidad de vagabundos, de pordioseros válidos o inválidos, de lisiados, desertores, prostitutas, niños abandonados, etc., mayor a aquella a la que la sociedad hubiera podido hacer frente o asimilar en el periodo inmediato anterior. Gutton ha escrito justamente que “la nueva ideología del encierro se opone a la teología antigua de la limosna”.

Es decir, se pasa de la caridad cristiana a la reglamentación gubernamental; el desvalido, en quien puede verse un Cristo doliente por auxiliar, se convierte en un indeseable. En la misma Roma, el Papa prohíbe mendigar, bajo pena de prisión, exilio y galeras, proyectándose un ghetto para los pobres. A partir de entonces, en diferentes países europeos se crean instrumentos administrativos y legales para quitar de la circulación a esta población heteróclita, cuyo común denominador es la desviación a la norma y al ideal urbano y social en formación.

En 1557, por ejemplo, se convierte en hospital la leprosería de Saint-Germain de París, “para alojar, encerrar y nutrir sobriamente a dichos hombres y mujeres (belitres y pícaros) y otros pobres incorregibles o inválidos e impotentes”.

Pero tal vez la figura que mejor ejemplifica el cambio que habría de aportar el

Renacimiento en la concepción de la enfermedad mental (como un antecedente del enfoque naturalista que cuajaría en Pinel (quien por cierto no lo comprendió cabalmente) sea la de Jean Wier (o Weiher, Weier o Wyer), autor del De prestigiis daemonnum et incantationibus ac venificiis [De la impostura y engaño de los diablos: Encantamientos y hechicerías].

Esta obra, de título engañoso, plantea ni más ni menos, que en cada proceso instaurado contra una hechicera se debería pedir el consejo de un médico (lo que hoy llamaríamos un peritaje Psiquiátrico). Para el célebre historiador de la medicina G. Zilboorg, la obra de Wier es la que merece el calificativo otorgado tradicionalmente a Pinel de “la primera revolución psiquiátrica” (A History of Medical Psychology).

Este “abogado de las brujas”, que veía en la conducta de éstas solamente un trastorno mental de la competencia de la medicina, levantó en su tiempo, como es de suponerse, las más encontradas y airadas reacciones por parte de los teólogos, que consideraron una injuria que un médico se mezclara en lo que correspondía a las Santas Escrituras. Wier fue alumno de Cornelius Agrippa, el médico que defendió en Metz a una campesina acusada de brujería. A los 20 años, Wier dejó a su maestro y realizó varios viajes al África y al Oriente, en donde estudió el fenómeno de la hechicería y pudo contrastar las ideas reinantes en Europa con otros enfoques diferentes.

Sus constantes expresiones de religiosidad y su adscripción como médico (arquiatra) del duque de Clèves, apenas le protegieron de la maledicencia de sus coetáneos que pensaban que su desculpabilización de las acusadas era prueba de que él mismo era un brujo. Su obra es la de un clínico que sabe observar y que mantiene una mente desprejuiciada. Sobre las teorías patogénicas que esgrime sobresale su benevolencia hacia los más perseguidos y despreciados de los parias.

He aquí los títulos de algunos capítulos: “Que las brujas no envían para nada las enfermedades de las cuales confiesan ser la causa”, “Que son falsas todas las historias por las cuales se piensa probar la cópula carnal de los diablos”, “Que se piensa que muchos son demoniacos, los cuales todas las veces están solamente atormentados por la melancolía”.

La otra figura capital del siglo XVI fue Joâo Cidade, conocido en la historia de la psiquiatría como San Juan de Dios.

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