Semelaigne, el primer gran historiador de la psiquiatría, escribió en 1869: “Hipócrates planteó las bases de la psiquiatría, y sus divisiones (o aquellas que se encuentran en sus obras), adoptadas por sus sucesores, forman todavía el fondo de las clasificaciones actuales.
Pero si las divisiones del divino anciano han sobrevivido o han permanecido casi las mismas, al lado de sus descripciones imperfectas, las teorías mentales han sido objeto de frecuentes variaciones en razón de los cambios experimentados de un siglo al otro por las doctrinas filosóficas”.
Este breve párrafo describe varios hechos básicos para comprender la evolución histórica de nuestra disciplina: primero, su lejano origen como parte de la medicina de la Antigüedad; segundo, la permanencia de algunas categorías diagnósticas a lo largo del tiempo, y tercero, la interpretación “filosófica” de la realidad clínica. El médico-filósofo que tradicionalmente se reconoce como el iniciador de la especialidad individualizada y autónoma, Pinel, escribió:
“Pocos objetos en medicina son tan fecundos como la manía en puntos de contacto numerosos, en aproximaciones necesarias entre esta ciencia, la filosofía moral y la historia del entendimiento humano”, idea que contiene en germen lo que ahora se considera como su carácter de “encrucijada” entre la biología y las humanidades, entre la medicina y la historia de las mentalidades, y sobre todo, su condición de fenómeno social.
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La antigüedad Grecorromana
Los conceptos “psiquiátricos” o entidades nosográficas de la Antigüedad son todavía en nuestros días objeto de cuidadosa investigación por eruditos de la historia de la medicina y por lingüistas, pues no sólo ha variado el contenido semántico de algunos términos de muy larga vida, sino que también el paso de los siglos ha modificado la expresión clínica de muchos cuadros que ahora resultan difíciles de comprender.
Así, por ejemplo, Semelaigne reconoció cuatro categorías nosográficas del periodo hipocrático:
- La frenitis: la locura puerperal, la forma extravagante del delirio agudo, el alcoholismo, la ebriedad.
- La manía.
- La melancolía: la tristeza, el suicidio, la licantropía, la melancolía de los escitas, la locura histérica, la hipocondría.
- La epilepsia
Hipócrates fue el primero en señalar que en el cerebro tenían su asiento la personalidad y sus perturbaciones. Una conocida frase de su tratado de la epilepsia es esgrimida desde entonces para sustentar el enfoque cerebral de la patología mental. Este modelo anatómico se limita a una noción muy general y se combina con lo que se ha llamado el modelo físico y el modelo bioquímico. El primero se elabora a partir de la noción de las “cualidades”: la correlación entre los elementos (aire, agua, tierra y fuego) y las propiedades (húmedo, caliente, seco y frío). Del equilibrio de estas cualidades depende el funcionamiento del cuerpo.
El llamado modelo bioquímico es el “tetrahumoral” descrito en “De la naturaleza del Hombre” (sangre, bilis amarilla, bilis negra, pituita). Su equilibrio sostiene el temperamento, y su desequilibrio, generalmente por exceso de alguno de los humores, tiene una manifestación psicopatológica.
En sus Aforismos hay conceptos clínicos muy claros sobre la depresión. La palabra “melancolía” designa a la vez la causa y la enfermedad. Son muy conocidos aquellos que dicen: “Los delirios alegres son menos peligrosos que los delirios serios”, o “cuando el temor o la tristeza persisten largo tiempo, se trata de un estado melancólico”, que en una traducción más literaria dicen: “La tristeza con taciturnidad, el amor a la soledad con el deseo de bastarse a sí mismo, son signos de melancolía, o más bien son la melancolía misma”.
Su terapéutica (ahora diríamos farmacológica), paralela a la dieta y a medidas higiénicas, se basó en dos productos de gran prestigio en la antigüedad y cuyo uso se prolongó por más siglos que ningún otro: el eléboro y la mandrágora.
La antigüedad mantendrá más o menos las mismas entidades (si no las mismas explicaciones) a lo largo del tiempo y hasta los albores de la era moderna.
Celso, seguidor del eclecticismo (el primero que escribió en lengua latina sobre la medicina), clasificó a las enfermedades, en De Re Medica, en locales y generales (totius corporis). Dentro de estas últimas:
- La frenesis o insania, que podía ser acuta (con fiebre) o continua (dementia). En tanto que los frenéticos podían ser alegres, tristes, tranquilos o violentos.
- Sin mencionarla como tal, este segundo rubro corresponde a la melancolía de sus predecesores: “consistit in tristitia quam videtur bilis atra contrahere”.
- El delirio alucinatorio (alegre o triste; perceptivo o sensorial) con inteligencia intacta, y el delirio general con juicio trastornado e incoherencia.
Como es bien sabido, la figura de Galeno dominó, al igual que había ocurrido con la de Hipócrates, junto a éste, la medicina desde el siglo II hasta el XVIII. Intentó (como más tarde Pinel y tantos otros) una síntesis de la medicina y la filosofía. Se ha dicho que su concepción era “holística”: la fuerza pneumática y vital sostiene la unidad simpática entre microcosmo y macrocosmo. Se apoya en el enfoque estoico de una relación homeostásica entre las estructuras del organismo y las del mundo natural.
Entre los filósofos que se plantearon la relación “cuerpo-alma” y cuyas doctrinas darían tema de reflexión a tantos médicos y psiquiatras, hay que mencionar a Platón, para quien el alma tenía tres partes: una parte divina e inmaterial alojada en el encéfalo; un alma apetitiva, en el hígado; y una irascible, en el corazón.
La primera de ellas, razonable, no estaba sujeta a las enfermedades humanas, pero la pituita y la bilis, al perturbar “las revoluciones divinas de la cabeza”, podían obstaculizar el ejercicio del alma y alterar sus manifestaciones. Sócrates mismo, según el “Fedro” de Platón, habría de plantear un dualismo, cuya repercusión aún persiste: existen dos variedades de delirios: uno causado por enfermedades humanas, y el otro por una inspiración divina, subdividido a su vez en cuatro posibilidades: delirio de los profetas, inspirado por Apolo; el de los iniciados, por Dionisos; el de los poetas, por las Musas, y el de los amantes, por Afrodita.
Para Galeno, esto habría de convertirse en varias almas: una razonable, pensante o comandante (hegemonicos), que colocó en el cerebro; un alma irascible o masculina, enérgica (timos), en el corazón; y una concupiscente o femenina (epitimia), cuya sede era el hígado.
Para él, “los males del cuerpo dominan al alma”. El otro filósofo, cuyos conceptos tendrán un peso enorme en el pensamiento occidental en general y en la medicina en particular, es por supuesto Aristóteles. A diferencia de Platón, para él el alma sólo existe ligada al cuerpo; ambos nacen y mueren juntos. Postuló una jerarquía de funciones: primero, las básicas (nutritivas, reproductivas), que el hombre comparte con el reino animal y el vegetal; un nivel intermedio, de funciones sensitivo-motrices, ya sólo privativas de hombres y animales (placer, dolor, deseo, aversión), y un tercer nivel, de funciones pensantes, que pueden ser racionales (prudencia, sabiduría, inteligencia y memoria) o irracionales (templanza, justicia y valor).
Mientras que Platón, siguiendo a Hipócrates, dio un papel central al cerebro como soporte del alma racional, Aristóteles privilegia al corazón como centro de la vida, por el hecho mismo de su situación en el centro del cuerpo. Pensaba que de las propiedades físicas del corazón dependían ciertos rasgos de personalidad. Planteó un modelo físico-humoral en el que combina el modelo humoral hipocrático con uno “térmico”, tomado de la física de su época.
De esta manera, si la bilis negra es moderadamente fría produce vértigo y aprensión; si es caliente, alegría; si es muy fría, el hombre se vuelve perezoso y estúpido; pero si es muy caliente produce el deseo amoroso, la inteligencia y la locuacidad. El papel del cerebro consistía, a causa de su frialdad, en servir de contrapeso o antídoto al corazón, con el fin de alcanzar un equilibrio, un justo medio.
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Veamos las principales entidades nosográficas de la antigüedad:
En Areteo se contemplan:
- La melancolía
- La manía
- La satiriasis
- La epilepsia
En Caelius Aurelianus encontramos:
- La frenitis: expansiva; de concentración o depresión
- La manía: expansiva; concentrada.
- La melancolía
- El desenfreno
- El íncubo
- Los sueños amorosos
- La satiriasis
- La hidrofobia
- La epilepsia
En Galeno podemos ver:
- La frenitis
- La manía
- La melancolía
- La epilepsia
- La histeria
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